Soledad y Desolación
La soledad es la emancipación necesaria.
Nos han enseñado a tener miedo a la
libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la
soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía,
porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el
sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente
dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es
negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos.
Esta construcción se refuerza con
expresiones como las siguientes ¿te vas a quedar solita?, ¿ Por qué tan
solitas muchachas?- hasta cuando vamos muchas mujeres juntas-. La
construcción de la relación entre los géneros tiene muchas implicaciones
y una de ellas es que las mujeres no estamos hechas para estar solas de
los hombres, sino que el sosiego de las mujeres depende de la presencia
de los hombres, aún cuando sea como recuerdo.
Esa capacidad construida en las mujeres
de crearnos fetiches, guardando recuerdos materiales de los hombres para
no sentirnos solas, es parte de lo que tiene que desmontarse. Una clave
para hacer este proceso es diferenciar entre soledad y desolación.
Estar desoladas es el resultado de sentir una pérdida irreparable. Y en
el caso de muchas mujeres, la desolación sobreviene cada vez que nos
quedamos solas, cuando alguien no llegó, o cuando llegó más tarde.
Podemos sentir la desolación a cada instante.
Otro componente de la desolación y que es
parte de la cultura de género de las mujeres es la educación fantástica
par la esperanza. A la desolación la acompaña la esperanza: la
esperanza de encontrar a alguien que nos quite el sentimiento de
desolación. La soledad puede definirse como el tiempo, el espacio, el
estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras
mismas. La soledad es un espacio necesario para ejercer los derechos
autónomos de la persona y para tener experiencias en las que no
participan de manera directa otras personas.
Para enfrentar el miedo a la soledad
tenemos que reparar la desolación en las mujeres y la única reparación
posible es poner nuestro yo en el centro y convertir la soledad en un
estado de bienestar de la persona. Para construir la autonomía
necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica concreta, los
múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas.
Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el
momento que nos quedamos solas.
La necesidad de contacto personal en
estado de dependencia vital es una necesidad de apego. En el caso de las
mujeres, para establecer una conexión de fusión con los otros,
necesitamos entrar en contacto real, material, simbólico, visual,
auditivo o de cualquier otro tipo. La autonomía pasa por cortar esos
cordones umbilicales y para lograrlo se requiere desarrollar la
disciplina de no levantar el teléfono cuando se tiene angustia, miedo o
una gran alegría porque no se sabe qué hacer con esos sentimientos,
porque nos han enseñado que vivir la alegría es contársela a alguien,
antes que gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es
compartido porque el yo no legitima la experiencia; porque el yo no
existe.
Es por todo esto que necesitamos hacer un
conjunto de cambios prácticos en la vida cotidiana. Construimos
autonomía cuando dejamos de mantener vínculos de fusión con los otros;
cuando la soledad es ese espacio donde pueden pasarnos cosas tan
interesantes que nos ponen a pensar. Pensar en soledad es una actividad
intelectual distinta que pensar frente a otros.
Uno de los procesos más interesantes del
pensamiento es hacer conexiones; conectar lo fragmentario y esto no es
posible hacerlo si no es en soledad. Otra cosa que se hace en soledad y
que funda la modernidad, es dudar. Cuando pensamos frente a los otros el
pensamiento está comprometido con la defensa de nuestras ideas, cuando
lo hacemos en soledad, podemos dudar. Si no dudamos no podemos ser
autónomas porque lo que tenemos es pensamiento dogmático.
Para ser autónomas necesitamos
desarrollar pensamiento crítico, abierto, flexible, en movimiento, que
no aspira a construir verdades y esto significa hacer una revolución
intelectual en las mujeres. No hay autonomía sin revolucionar la manera
de pensar y el contenido de los pensamientos. Si nos quedamos solas
únicamente para pensar en los otros, haremos lo que sabemos hacer muy
bien: evocar, rememorar, entrar en estados de nostalgia.
El gran cineasta soviético Andrei
Tarkovski, en su película “Nostalgia” habla del dolor de lo perdido, de
lo pasado, aquello que ya no se tiene. Las mujeres somos expertas en
nostalgia y como parte de la cultura romántica se vuelve un atributo del
género de las mujeres. El recordar es una experiencia de la vida, el
problema es cuando en soledad usamos ese espacio para traer a los otros a
nuestro presente, a nuestro centro, nostálgicamente. Se trata entonces
de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del pensamiento propio,
de la afectividad, del erotismo y sexualidad propias.
En la subjetividad de las mujeres, la
omnipotencia, la impotencia y el miedo actúan como diques que impiden
desarrollar la autonomía, subjetiva y prácticamente. La autonomía
requiere convertir la soledad en un estado placentero, de goce, de
creatividad, con posiblidad de pensamiento, de duda, de meditación, de
reflexión. Se trata de hacer de la soledad un espacio donde es posible
romper el diálogo subjetivo interior con los otros y en el que
realizamos fantasías de autonomía, de protagonismo pero de una gran
dependencia y donde se dice todo lo que no se hace en la realidad,
porque es un diálogo discursivo.
Necesitamos romper ese diálogo interior
porque se vuelve sustitutivo de la acción ; porque es una fuga donde no
hay realización vicaria de la persona porque lo que hace en la fantasía
no lo hace en la práctica, y la persona queda contenta pensando que ya
resolvió todo, pero no tiene los recursos reales, ni los desarrolla para
salir de la vida subjetiva intrapsíquica al mundo de las relaciones
sociales, que es donde se vive la autonomía. Tenemos que deshacer el
monólogo interior.
Tenemos que dejar de funcionar con
fantasías del tipo: “le digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de
pensar “aquí estoy, qué pienso, qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y
por qué” que son preguntas vitales de la existencia. La soledad es un
recurso metodológico imprescindible para construir la autonomía. Sin
soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad sino que no
desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida como
metodología, como proceso de vida.
Tener momentos temporales de soledad en
la vida cotidiana, momentos de aislamiento en relación con otras
personas es fundamental. y se requiere disciplina para aislarse
sistemáticamente en un proceso de búsqueda del estado de
soledad. Mirada como un estado del ser – la soledad ontológica – la
soledad es un hecho presente en nuestra vida desde que nacemos. En el
hecho de nacer hay un proceso de autonomía que al mismo tiempo, de
inmediato se constituye en un proceso de dependencia.
Es posible comprender entonces, que la
construcción de género en la mujeres anula algo que al nacer es parte
del proceso de vivir. Al crecer en dependencia, por ese proceso de
orfandad que se construye en las mujeres, se nos crea una necesidad
irremediable de apego a los otros. El trato social en la vida cotidiana
de las mujeres está construido para impedir la soledad. El trato que
ideológicamente se da a la soledad y la construcción de género anulan la
experiencia positiva de la soledad como parte de la experiencia humana
de las mujeres.
Convertirnos en sujetas significa asumir
que de veras estamos solas: Solas en la vida, solas en la existencia. Y
asumir esto significa dejar de exigir a los demás que sean nuestros
acompañantes en la existencia; dejar de conminar a los demás para que
estén y vivan con nosotras.
Una demanda típicamente femenina es que
nos “acompañen” pero es un pedido de acompañamiento de alguien que es
débil, infantil, carenciada, incapaz de asumir su soledad. En la
construcción de la autonomía se trata de reconocer que estamos solas y
de construir la separación y distancia entre el yo y los otros.
Marcela Lagarde
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